Historias de tango

María Inés Ocampos

Hace dos meses publiqué un libro en el que los cuentos que ralato (tanto en primera como en tercera persona) hablan precisamente de mis experiencias y mi sentir con el tango. Transcribo aquí uno de ellos llamado «tres minutos»:

Anoche, después de lo que para un milonguero es mucho tiempo, volví a bailar tango. Intentaré expresar lo que sentí, lo que me pasa cuando bailo y luego, cuando no lo hago.

“Bailar tango me hace feliz”, me encontré diciéndole a un concurrente con quien bailé algunas tandas.

No es el tango en sí ni son las letras, es BAILAR tango. Bailar tango me eleva los pies, el cuerpo y el alma hacia ese lugar en donde el cuerpo vuela y el alma está impoluta de heridas que encierran.

Por tres minutos las heridas se desdibujan, pierden profundidad y la edad no existe. Por tres minutos se materializa en mis brazos un hombre fuerte, protector, decidido, que me envuelve con su abrazo y me pertenece con todo derecho y certeza. Por tres minutos no tengo miedo de que ni él ni la magia perfecta desaparezcan. Por tres minutos le creo todo lo que proponga y no tengo vergüenza de aceptar ni de proponer. Por tres minutos no tengo miedo de entregarme. Y lo hago. Y el hombre me admira y me quiere jugando con él, me descubre en cada paso. Quiere más. Y yo también. Lo sorprendo y le gusta. En un instante nos descubrimos respirando y vibrando la misma energía. Y entonces, con una mirada, de arriba él, me separa unos milímetros de su cuerpo para confirmarme real mientras yo, concentrada en su pecho, le transmito que sí y sonrío para adentro, henchida de orgullo por mi conquista.

Son tres minutos, que quizás puedan extenderse a una noche. Hasta que suena La Cumparsita y vibro con emoción deseando que el final no llegue aunque sé que así será.

Y así, llega el abrazo de reconocimiento que dice que quiero y que querés seguir abrazado, bailando, jugando. Escucho un “qué lindo es bailar con vos” que no hace falta decir porque me lo transmitís, porque también es lindo bailar con vos.

Y entonces caigo en la cuenta de que desde que puse el pie en la pista tengo esta sonrisa y este brillo en los ojos con los que me estoy yendo y que me durarán hasta que despunte el sol y vuelvan, como en el final de un encantamiento nocturno, a dibujarse las heridas que me encierran y me apresan en esa cómoda y aparentemente eterna soledad de la que no sé salir más que bailando tango.

MIO-101112-202403