Hace dos meses publiqué un libro en el que los cuentos que ralato (tanto en primera como en tercera persona) hablan precisamente de mis experiencias y mi sentir con el tango. Transcribo aquí uno de ellos llamado «tres minutos»:
Anoche, después de lo que para un milonguero es mucho tiempo, volví a bailar tango. Intentaré expresar lo que sentí, lo que me pasa cuando bailo y luego, cuando no lo hago.
“Bailar tango me hace feliz”, me encontré diciéndole a un concurrente con quien bailé algunas tandas.
No es el tango en sí ni son las letras, es BAILAR tango. Bailar tango me eleva los pies, el cuerpo y el alma hacia ese lugar en donde el cuerpo vuela y el alma está impoluta de heridas que encierran.
Por tres minutos las heridas se desdibujan, pierden profundidad y la edad no existe. Por tres minutos se materializa en mis brazos un hombre fuerte, protector, decidido, que me envuelve con su abrazo y me pertenece con todo derecho y certeza. Por tres minutos no tengo miedo de que ni él ni la magia perfecta desaparezcan. Por tres minutos le creo todo lo que proponga y no tengo vergüenza de aceptar ni de proponer. Por tres minutos no tengo miedo de entregarme. Y lo hago. Y el hombre me admira y me quiere jugando con él, me descubre en cada paso. Quiere más. Y yo también. Lo sorprendo y le gusta. En un instante nos descubrimos respirando y vibrando la misma energía. Y entonces, con una mirada, de arriba él, me separa unos milímetros de su cuerpo para confirmarme real mientras yo, concentrada en su pecho, le transmito que sí y sonrío para adentro, henchida de orgullo por mi conquista.
Son tres minutos, que quizás puedan extenderse a una noche. Hasta que suena La Cumparsita y vibro con emoción deseando que el final no llegue aunque sé que así será.
Y así, llega el abrazo de reconocimiento que dice que quiero y que querés seguir abrazado, bailando, jugando. Escucho un “qué lindo es bailar con vos” que no hace falta decir porque me lo transmitís, porque también es lindo bailar con vos.
Y entonces caigo en la cuenta de que desde que puse el pie en la pista tengo esta sonrisa y este brillo en los ojos con los que me estoy yendo y que me durarán hasta que despunte el sol y vuelvan, como en el final de un encantamiento nocturno, a dibujarse las heridas que me encierran y me apresan en esa cómoda y aparentemente eterna soledad de la que no sé salir más que bailando tango.