Notas Reportajes por Mariu Montenegro

Bicentenario de la Revolución de Mayo: El Tango en la Argentina de 1910

Por Mariu Montenegro

En el Nº 145 de la revista Rolling Stone (edición Argentina), ejemplar que corresponde al mes de abril del corriente año, leí un artículo con motivo del Bicentenario de la Revolución de Mayo (25 de Mayo de 1810-2010) realmente interesante sobre lo que sucedía con el tango y los inmigrantes pero situado en la Argentina de 1910. El mismo detalla de una manera muy particular aquello que se estaba gestando exactamente hace 100 años atrás y quise compartirlo con ustedes.

El artículo de cuatro páginas describe un viaje en «bicicleta» por aquella ciudad porteña con aspiraciones cosmopolita. Lo del paseo en bici es un homenaje a Angel Villolodo, el primer autor y compositor identificado con la nueva música emergente conocida como “tango”. Éste buen hombre, que de “Angel” solo tenía el nombre, escribió las primeras canciones pornográficas de la Argentina moderna, letras que, situándonos en la época, nada tendrían que envidiar a las estrofas que hoy canta la cumbia villera. Algunos lo llamaban “Lope de la Verga”, pero es preferible que ústed no lo recuerde así, y aunque él sea el compositor de “El Choclo”- imaginará usted en alusión a qué-, Angel Villoldo también escribió “El porteñito” y un tango naïf dedicado a la “bicicleta”.

En fin, el paseo tiene previstos algunos barrios como “El Abasto”, barrio que todavía en 1910 no se identifica con “El Morocho” que le diera su mayor popularidad, porque en ésa época el tango sólo se bailaba y Gardel era un pebete. Por las calles, según el autor del artículo, Sergio Pujol, se oyen distintos idiomas. La capital es una auténtica babel fonética, pero también un gran escenario para los músicos recién llegados del viejo mundo.


En las orquestas de 5 ó 8 integrantes suenan flautas, clarinetes, trompetas y tubas, los vientos que de alguna manera comenzaban a darle los “buenos aires” a esa Argentina abierta al mundo (y por qué no un punto de partida válido para explicar por qué se considera al país como el más europeo de América).
En los barrios de Balbanera o San Cristóbal, se comienza a bailar tango, pero entre hombres (mucho corte y quebrada). Se baila al compás de un organito o del punteo de un amigo que toca para ellos. Es difícil de pensar, pero en 1910 no existía la radio y tampoco los altavoces. Los gramófonos tenían poco volumen, eran a manivela y generalmente, estaban a cargo de una joven bonita que se sentaba frente al aparato y se le pasaba «dale que te pego» con la manivela hasta que aparecieron las “victrolas” (“…una vitrola que llora”) de la marca “Víctor”, pero éstas eran realmente un artículo de lujo.
Los organitos se vuelven populares. Algunos contenían en la parte trasera una cotorra que con su pico sacaba, de vez en cuando “papelitos de la suerte” (quizás venga de ahí a aquella expresión argentina que reza “la concha de la lora”, tal vez como un insulto hacia aquel “pájaro de mal agüero”, pero ésta es una interpretación personal, no me he documentado).
En 1910 el mundo editorial entra en ascenso. La edición de partituras comienza a ser un buen negocio: Hartman, Rivarola, Breyer, Neuman, entre otras editoras, se instalan en calle Florida, la que luego fuera considerada la calle más musical de la capital. Se comienza a vender hojas de pentagrama «como churros» ya que la mayoría de la gente por aquel entonces sabía leer música. De las 49 editoras, sólo 8 son argentinas, ¿qué si había inmigración? El país iba enriqueciéndose a pasos agigantados, incluso había Opera y además era masiva. La razón es simple, la ópera llega a las masas porque la mitad de la población de Buenos Aires en 1910 era inmigrante y la mitad de esos inmigrantes eran italianos y la mitad de esos italianos sabía de Verdi como hoy cualquiera de nosotros sabe de los Beatles; esa es la comparación que establece el autor y suena lógica.

Todo era pura adrenalina, la música era en vivo. La distancia entre el intérprete y el público era ínfima. El tango era el epicentro de esa dinámica contextual, era el rock de esos días: los vecinos se quejaban de la obscenidad de las letras y los títulos los horrorizaban: “Tocámelo que me gusta”, “Embadurname la persiana”. El origen de ese tipo de tangos, nació en los prostíbulos porque al parecer tanta era la demanda de amor a cambio de «dar la lata” que los dueños de los recintos contrataban músicos sin tanta formación para amenizar la espera e improvisaban letras acordes con el ambiente. En un abrir y cerrar de ojos el 2/4 comenzó a desparramarse por las Sociedades Recreativas y se filtró en los salones de todo la capital porteña. Finalmente hacia finales de 1910 se incorpora el bandoneón, el instrumento más tanguero del género.
Espero que ústed también haya disfrutado de éste fugaz viaje por la idioscincracia de un pueblo que gestaba sin saber algo más que un género músical.