El viernes desperté con una sonrisa que me hizo la jornada laboral más llevadera. ¡Esa noche era de milonga con concierto! Como sabía que los viernes se organiza, además de la milonga, alguna presentación artística alrededor de la medianoche, aproveché para invitar a algunos compañeros del máster que estaban interesados en conocer el mundo del tango en Barcelona: «Podrán beber algo, escuchar excelente música en vivo, mirar a las parejas en al pista y pasársela bien en un ambiente distinto y muy especial». Les dije. En esta ocasión, disfrutamos de un concierto de lujo, dos guitarristas: Gustavo Battaglia y Martin Piragino que nos invitaron a bailar con los pies y el corazón unidos a su interpretación. A los pocos minutos de iniciada la milonga ya estaba la pista llena. Yo entraba y salía de ella y saludaba a los recién llegados y me sentía dividida (y feliz) entre mis amigos no milongueros y mi grupo de bailadores jóvenes con los que me reúno ahí cada semana. «Estoy enamorada del tango» me dijo una de mis invitadas del máster, después de estar hora y media en la milonga «¿cuándo puedo empezar las clases? »
«No me atrevo a empezar a bailar» me dijo un conocido, que sentado en un extremo admiraba la destreza de milongueros como Raul Mamone, Pablo Muratorio, Pablo Maidanik y el mismo Carlos Baruque. ¡Aprovecha que la pista es amplia y aquí hay gente de todos los niveles! Le animé. Cuando empecé a bailar de líder, hace cosa de siete meses, el lugar ideal para hacer mis pininos fue el Desbande. No, no se trata de practicar, se trata de bailar en complicidad con la pareja y con la música como protagonista del momento. Complicidad, amistad, música de primer nivel y tres horas cada viernes para sentirme en casa. Eso es lo que encuentro en el Desbande.