Es opinión generalizada de que El cachafaz fue el mejor bailarín de tango, a pesar de que otros también supieron ganar fama con tan difícil arte. Tenía casi sesenta años en 1942 y continuaba luciéndose, como si las arrugas o el pelo blanco no hubieran podido derribar al muchacho que surgió a la gloria en un oscuro corralón, disputando un concurso de tango orillero y de salón para un público exclusivamente masculino. Pero ya era, a esa altura, un maestro que había sabido asimilar muy bien las lecciones de los primeros orilleros que inventaron la danza del tango. Su apodo se debía a la madre, harta de sus fugas y sus aventuras por la calle. Lo llamaban El Cachafaz para homenajear los extravíos de su conducta, cuando en las esquinas del Abasto (el barrio de Buenos Aires que conoció el ascenso de Gardel al canto) se floreaba bailando al compás de los organitos, o se metía en las academias (casas de baile) para probarse como hombre y como bailarín. Pero Benito Bianquet (como se llamaba realmente) (Nota del Director de Todo Tango: El verdadero nombre de «El Cachafaz» era Ovidio José Bianquet. Ver en esta misma sección el artículo «El Cachafaz» de Néstor Pinsón) no había nacido en el Abasto, sino en Barracas al sur, un barrio opuesto. Sin embargo, siempre estaba por el Abasto, y fue en esta zona donde conquistó sus primeros lauros.
Dos tangos dedicados
Claro que entonces era el bailarín orillero. El bailarín para el público espeso de las casas de mala fama. Pero a medida que crecía su éxito, a medida que saltaba de los corralones a los más elegantes sitios, empezó a afinar su técnica y hasta hermosear sus pasos, asombrando a las clientelas de Hansen o El velódromo. Un tango de 1913, de Manuel Aróztegui, se titula «El Cachafaz» (Nota del Director de Todo Tango: Con referencia al tango «El Cachafaz» que fuera dedicado al actor Florencio Parraviccini, este hecho no implica negar la causa de su inspiración. Aunque para muchos no tiene nada que ver con el bailarín.) y sirvió para inmortalizar el nombre del mejor bailarín tanguero.
Otro tango, titulado «Bailarín compadrito» y cantado por Gardel, se inspiró en cambio en su vida. Por ejemplo, señala que sus comienzos fueron en Barracas al sur. Aunque la letra es un homenaje de doble filo, ya que en definitiva lo único que hace es echarle en cara su paso del mundo de las orillas al más elegante de los salones y de los altos círculos sociales. En efecto Bianquet empezó a depurar cada vez más su estilo de bailarín, borrando asperezas y tosquedades en los pasos, demostrando una capacidad coreográfica admirable, a la vez que en los centros de baile más célebres (como Los cabreros o El gran bonete) conquistaba ancho prestigio. El resultado fue que terminó enseñándoles a las damas aristocráticas a bailar tango en un teatro céntrico. Cobraba sumas fabulosas por sus lecciones y todo el mundo elegante de Buenos Aires (que con el éxito de esta música en Europa se había olvidado de su oscuro origen) lo perseguía para que le enseñara. Esta docencia aparece reflejada en la letra antes mencionada con ligero sarcasmo:
Cualquiera iba a decirte,
che reo de otros días,
que un día llegarías
a rey del cabaret
y pa enseñar tus cortes
pondrías academia…
Salto a Europa
Pero el ingreso a los salones era lo que precisaba Bianquet para extender su fama hasta Europa. Por 1920 llegó a París y se impuso rápidamente. Su criolla elegancia, su silueta, su arte cada vez más educado y al mismo tiempo más hermoso, le abrieron las puertas en todos los salones parisienses. Este período coincide tanto con su renombre como con su mejor suerte económica. Benito Bianquet ganó dinero en cantidades industriales. Pero en el fondo, a pesar de los salones y del traje de etiqueta, seguía siendo el mismo cachafazque intranquilizaba a su madre cuando adolescente, de modo que se mantuvo fiel a una existencia desordenada y azarosa. A su regreso de Europa sólo quedaba el recuerdo del dinero ganado, como antes ocurriera con la fortuna obtenida en Buenos Aires. No tuvo otra alternativa que continuar trabajando, que continuar viviendo siempre al día y a merced de los golpes de suerte, que un día lo llevaban al escenario de un teatro y otro lo arrojaban a un cabaret de poca categoría.
De todos modos los que lo vieron transitar en sus últimos años por la calle Corrientes, siempre vertical, siempre dispuesto a lucirse como en los mejores tiempos, no pudieron dudar que para Bianquet la vida suya empezaba y terminaba con la danza, con un tango bien bailado. Su compañera (Carmen Calderón) había contribuido a su gloria y la pareja que formaban era realmente maravillosa. En 1942 se encontraban en Mar del Plata actuando en una boîte, rodeados de los pocos amigos que conocían sus antiguas glorias, cuando se produjo su muerte. Fue escasos segundos después de concluir su presentación y en el momento mismo que buscaba un trago reparador para sus fatigas. Afuera, la juventud cantaba boleros y empezaba a mirar con indiferencia al tango. Adentro, en la boîte, un hombre cerraba los ojos para siempre, pensando tal vez que la letra que le dedicaron un día no estaba totalmente errada cuando apuntaba su irremediable vejez. «ahora triste y viejo te ves en el espejo l del loco cabaret». Los amigos debieron juntar ochocientos pesos para poder pagar el entierro. Bianquet no tenía un solo centavo encima.
Historia del Vasco Aín
Próximo a El Cachafaz, el nombre de Casimiro Aín también dejó su estela en la historia del tango danza. Cuando partió de Buenos Aires rumbo a Europa se lo conocía por El vasco, un apodo que recordaba su ascendencia.
Pero su fama no tuvo por escenario la Argentina sino, ante todo, países como Francia, España, Italia, donde su arte encontró renovados triunfos. Fue él quien bailó el tango ante el Papa Benedicto XV, por ejemplo. En realidad su odisea en el Viejo Mundo (que antecede la de Bianquet en más de cuatro años) fue decisiva para que esta música conquistara el extranjero. Con Aín llegaba el primer bailarín serio de tango. El primero que había logrado dotar a la danza de una mayor riqueza artística. Hasta 1926, aproximadamente, el artista mantiene intacto su reinado, a pesar de que el arribo de El Cachafaz pudo significar una seria competencia. Pero los diez o quince años que pautan su carrera en Europa han sido suficientes como para convertirlo en atracción indiscutible de cabarets y salones elegantes. Es así que su biografía artística se escribe lejos de la patria del tango, y el nombre de Casimiro Aín pudo decir más en París o en Roma que en la capital argentina.
En 1927 El Vasco regresa a Buenos Aires y desaparece prácticamente de la luz pública. No se conocen detalles de esta etapa final de su vida, salvo el hecho de que sufriera una intervención quirúrgica en una pierna, lo que luego derivó en una amputación. Por amarga ironía, la suerte le reservaba ese final de muletas que (para el bailarín eximio, para el hombre que tenía puesta toda su vida y sus sueños en su experiencia como bailarín) significaba un verdadero golpe mortal. A los pocos meses de esa operación, murió. Se ignoran las causas de su deceso, aunque es fácil percibir el drama que le tocó vivir al verse mutilado y sin posibilidad alguna de futuro. El destino derrotó así a un gran bailarín, lo arrinconó en la soledad y en el olvido.
Otras figuras
Dos nombres no hacen la historia de una danza que ya en los primeros tiempos encontró una maravillosa generación, de libertinos (como dijo Carlos Vega), capaces de crear pases coreográficos de inigualada belleza. Pero de la larga lista de bailarines que ayudaron a crear, a difundir el tango, son los más valiosos. No obstante, el mote de El Mocho recuerda a un tal Undarz que ganó fama en el cabaret Royal (corrientes, próximo a Carlos Pellegrini, donde luego estuvo ubicado el Tabarís); el escenario aportó figuras tan populares y famosas corno Juan Carlos Herrera o Tito Lusiardo; el mismo Pardo Santillán cuya fama en Hansen era total hasta el día en que salió a bailar con su compañera para demostrarle su arte a El Cachafaz (que recién había llegado al local), y éste lo derrotó con sus acrobacias en la pista. La proeza casi derivó en crónica policíaca, Pero un amigo de Bianquet llamado El Paisanito impuso con su cuchillo una calma volcánica. Estaban solos y a pesar de esto lograron imponerse. Es decir, logróEl Cachafaz seguir bailando. Había derrotado para siempre a Santillán y a todos los demás bailarines que lo precedieron o sucedieron (Nota del Director de Todo Tango: Ver un relato más detallado de este acontecimiento en el fragmento del libro deGarcía Jiménez en esta misma sección, titulado «Reto de bailarines«). Su nombre es ya un símbolo definitivo del tango bailado.
Relato sin mención de autor, publicado en el Nº1 de la revista Hechos Mundiales, Editorial Zig-Zag, Director: Edwin Harrington. Buenos Aires, el 22 de agosto de 1967.